La tenue luz que insuflaba la luna sobre el lugar, chocaba contra las ruinas de un antiguo castillo derruido,
recortando su silueta entre la vegetación que lo circundaba.
Su estructura, de la cual solo quedaban en pie vestigios de lo que fue en su día un torreón y parte de una
escalinata que ascendía tras el mismo hacia unas estancias en precario estado, a duras penas se mantenían
erguidas ante el azote del tiempo y la verdina que apresaba su deteriorado granito.
Pepe Gallego
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